Nuestras universidades públicas son
lugares de creación y de esperanza. O al menos, eso deberían ser. Sin
embargo, caminamos por ellas desencantados, sintiendo a cada paso un
inevitable malestar. En este artículo voy a escribir sobre ello, sobre
ese flagelo que ha logrado situar a la universidad pública en la densa
inactividad en la que se encuentra. Lo hago, porque escribir es una
estrategia efectiva para atemperar la incomodidad que produce una
atmósfera que en lugar de ser crisol para el desarrollo personal, se
encuentra atravesada por constantes y recurrentes actuares tan
destructivos como irresponsables. Me refiero a la universidad
secuestrada por esos personajes cuyo afán de dominio la fracturan en
grupos de interés, cuyo mapa se dibuja en términos políticos de poder,
expresados en el lenguaje de la razón técnica, resabios de una sociedad
disciplinaria, cuyo discurso hoy adquiere la sintaxis propia de la
burocracia administrativa, como parte de un sistema de capitalismo que
ha pasado de lo disciplinario a la sociedad de control.
El afán de dominio de algunos académicos
que así entienden su carrera, se nutre de una racionalidad instrumental
que esgrime la censura para oponerse a las emociones, y con ello al
disfrute propio del conocimiento. Una carrera académica trocada en
dominio administrativo y tecnocrático que desalienta su potencial hacia
acciones unificadoras que lleven a la reconquista de espacios de
libertad. En un medio así, solo la voz interior provee de la fuerza
necesaria para continuar trabajando en la educación de los jóvenes
estudiantes, compartiendo con ellos las preocupaciones y problemas de un
mundo en cambio, recobrando el sentido y la acción.
Los que deambulamos por la universidad en
busca de un mejor camino, intentamos evadir las dinámicas que obstruyen,
detienen, desvían las posibilidades de madurar teóricamente, de lograr
una integración interdisciplinaria en proyectos visionarios, de formar
parte de un todo. La estrategia es unificar, sumar fuerzas, superar
rupturas, desde las que nos separan de la Naturaleza, hasta las que nos
separan de nuestros colegas y de la sociedad. La tarea es reencontrar
ese mejor camino que pasa por el arte y la cultura, cuya acción
comunicativa es capaz de llegar a la dimensión espiritual de nuestros
estudiantes. Ello requiere de una voz poética, la voz que se resiste a
la mentalidad político-administrativa con la que se ha investido el que
hoy asume el papel del amo.
Hemos estudiado a las universidades.
Durante años hemos vivido en ellas. Lo que observamos lo hemos analizado
por medio de la teoría y de la investigación. Conocemos bien sus
estructuras, sus habitantes, sus múltiples sentidos, sus dinámicas, sus
promesas. Gracias a lo que sabemos y conocemos, podemos afirmar que en
la universidad pública mexicana de hoy, conviven dos mundos, el de los
que desde su yo establecen comunicación con los demás, permitiendo que
la universidad se exprese ante el mundo, y el de los que desde su Gran
Yo imponen el silencio y la inmovilidad, ignorando al otro, y logrando
que en la universidad impere la inacción. Los ecos que emanan de la
universidad, surgen de aquellos pocos cuerpos académicos naturales que
establecen redes y conversaciones con el mundo que los rodea. La callada
inercia que la mantiene muda y rezagada, proviene de los enemigos de la
palabra, que en lugar de cuerpos forman pandillas, controladas por esos
elementos que han logrado posiciones, como resultado de componendas,
alianzas, pactos y oscuras negociaciones.
La universidad se ha visto de esta manera
transformada en un mapa invisible de grupos y grupúsculos,
caracterizados por su capacidad de impedir y trastornar todo proyecto
renovador y creativo que los amenace. Una universidad que por encima de
su creatividad, de sus innegables talentos, ha sido inducida a la
simulación, al vacío de ideas, a la incapacidad de proyecto, la
intolerancia, las des-civilización, la acción indirecta, el
enfrentamiento lateral u oblicuo, el golpe artero, donde el imperio de
una racionalidad que se asume arbitrariamente científica, impera por
encima del de la sensibilidad humana.
La relación académico-educación está
íntimamente relacionada con la esfera de relación con uno mismo y la
esfera de relación con el otro, que toca a la alteridad humana. Desde
esta perspectiva, el ejercicio de educar, el papel que jugamos en la
universidad, nos obliga o insta a hacer contacto con uno mismo para,
desde uno mismo dirigirnos hacia las esferas del otro. Esto ocurre en
una relación de ida y vuelta que implica apertura, transdisciplinariedad
y comprensión. Cuando esto no ocurre, cuando esto se ignora o se rompe,
el mapa de relaciones humanas en la universidad, y de relaciones con el
entorno, se trastorna. Todos nosotros, los universitarios, que incluyen
a usted, lector, interesado o familiarizado con la educación superior,
estamos en posibilidad de dibujar el mapa de fuerzas y vectores que
pesan sobre de nuestra institución. Basta imaginarlo para constatar que
su estructura no coincide con la del organigrama, ni con el diagrama de
carreras o departamentos, ni con los intereses de los estudiantes y sus
maestros. Es un mapa que se dibuja desde la complicidad, el hábilidoso
manejo de la legislación, el subterfugio, la influencia, la presión, el
oportunismo, en suma, la manipulación. Un mapa que se dibuja con nexos
entre corrillos de poder, en coordenadas y latitudes ajenas, lejanas y
contrarias al ambiente avanzado y democrático que debería prevalecer en
una institución creada para enseñar a pensar. Son fuerzas encontradas
que cumplen sorprendentemente con su objetivo de silenciar y paralizar a
la institución. Enclaves invisibles que se comportan como feudos.
Espacios excluyentes al desafío o a la visión distinta que implique
resistirse o disentir. Ante el bloqueo, la imposibilidad, la
frustración, que provocan las barreras a la constitución y la formación
de nuevos cuadros que logren desplazar al de estas pandillas, la
universidad ya no se divide en corrientes de opinión, en posiciones
teóricas o en corrientes de pensamiento diversas. En su lugar hoy está
fracturada en territorios manejados por un personaje cuya investidura no
lo cubre como para disimular su verdadera identidad de gángster
académico.
Nos referimos específicamente a los
profesores y profesoras amparados por grupos y cofradías, desde donde se
vetan o aprueban, se bloquean o facilitan, se incluyen o excluyen, a
los que forman o no forman parte de sus intereses personales. En esta
lucha de intereses, la universidad está fuera de cuadro, situada a un
lado, utilizada como plataforma donde anidan, despegan y aterrizan los
buitres del poder. Este barrio marginal y orillero, no es diferente al
de cualquier “gangland” en el que se circula por callejones peligrosos,
túneles del organigrama universitario, desde donde se dirige el tráfico,
se definen destinos, se paralizan movimientos.
La estrategia principal del gángster
académico es la muerte intelectual de esos otros que considera sus
enemigos, lo que equivale a decir, la muerte institucional que hoy nos
amenaza como consecuencia de los usos y costumbres que nos invaden. La
sociedad del control, es manejada por aquellos que siempre están
pendientes y presentes cuando hay una votación en juego, una decisión
que pueda afectarlos, el manejo del presupuesto, la convocatoria, los
puntos y galardones del prestigio, el camino al puesto, los filtros para
publicar, etc. Controlar es impedir, limitar y castigar a los que se
entrometen o amenazan en el espacio que lograron a base de
transacciones, pleitesías e incondicionalidades.
Estas pandillas comienzan usualmente a
conformarse buscando la protección de sus pequeños intereses,
conquistando posiciones en el poco disputado juego burocrático,
abandonando paulatinamente su condición de intelectuales, de
investigadores o de docentes, para dedicarse de lleno al manejo de la
jurisprudencia universitaria, el detalle en la amplia gama de normas,
reglamentos y procedimientos, que termina conformando su traslado de la
carrera académica a la carrera burocrática. Una vez en dicho terreno, se
mueven con la agilidad de las arañas en la sutil tela de la estructura
jerárquica, donde escalan por el camino de las comisiones, jefaturas,
áreas, o departamentos, cuidando de vaciar de sentido cualquier
iniciativa que ponga en juego la inercia propia que les ha permitido
prosperar. En su pusilanimidad, van creciendo y fortaleciéndose como
predadores, alimentándose muchas veces de los mismos colegas a los que
prometieron defender.
Cuamea actuando bajo los dictados de su conciencia
¿Cómo conciben las pandillas académicas y
sus cabezas la política universitaria? La conciben asumiendo un carácter
directivo, como quien se adueña de la institución, buscando siempre
acrecentar su influencia. Lejos están de concebirla como una red de
conversaciones en la que intervienen muchos actores. El gángster
académico está preso en su Gran Yo y desde su individualidad ignora a
esos otros que no conocen los vericuetos y fracturas de la estructura
universitaria como él/ella lo hace en todos sus detalles. Mientras los
demás transitamos por los caminos propiamente académicos, la
investigación, la docencia, el servicio, el Gran Yo del gángster
académico, los desprecia y subestima, y por lo tanto los evade.
Obsesionado, ha llegado a creer que sus intenciones, que se reducen al
poder y el control, son fácilmente gobernables por él o ella misma y
como consecuencia concibe su relación con los demás como una suerte de
complicidad, en la que caben solo aquellos que logra convencer, mientras
rechaza tajantemente a los que le discuten o disputan. Los otros, es
decir, los académicos naturales, normales, capaces de decidir, de
delinear sus propias metodologías y caminos, ven neutralizada su
capacidad de comunicación, en un medio carente de acción colectiva, de
interdisciplina, de interacción, misma que favorece al delincuente, tal
como ocurre en el contorno político del país que le sirve de modelo e
inspiración.
Cuando hemos confrontado a alguno de estos
personajes, que en su egocentrismo están impedidos de asumirse como lo
que son, gángsters académicos, lejos están de aceptar, o siquiera
concebir, que la razón personal que los mueve, que su particular uso de
la razón, va en pos de fines absolutamente egoístas. En estrecha
relación con un sentido de autoconservación individual, en el medio
confuso de una universidad sin proyecto, que se mueve con la inercia que
deja lugar al subterfugio de la inacción, por encima de su conciencia
individual, van definiendo y conformando las relaciones con los demás.
Se trata de un tipo de razonamiento cuya objetividad se ha subjetivado,
reduciendo la razón al ejercicio del cálculo de probabilidades en el
juego del organigrama y sus leyes, desvinculado de la existencia humana,
sin relación con el mundo ni con el otro, en particular con ese joven
individuo que está allí esperándolo en su condición de alumno buscando
avanzar en el camino del conocimiento. Nada de eso ocurre, y aun así el
gángster consigue y logra una relación de dominio sobre la marcha de la
comunidad, contribuyendo eficazmente a su desaceleración y pérdida de
sentido institucional.
Debilitada por fuera, pero también por
dentro, la universidad enfrenta un presente pasivo, lento, aparentemente
inerte, auto-destructivo, lo contrario justamente de las empresas
productivas que las estrategias neoliberales buscan emular. La
universidad pública se sigue comportando como una dependencia
paraestatal, burocratizada y fragmentada, dependiente de caciques,
sometida al atropello, produciendo el efecto contrario del que
provocaría la libre competencia como lógica de funcionamiento, donde
prive la búsqueda de su supervivencia económica. En sentido contrario,
sus dinámicas son lentas e improductivas, al punto que período tras
período, año tras año, repiten su constante bancarrota, que el gobierno
rescata y subsidia muy a su pesar, a disgusto, no sin razón, y por ende,
siempre regateando. Eso genera una administración caótica y desatinada,
en la que los gángsters cosechan y usufructúan del desorden imperante,
por encima de todo escrúpulo y consideración. De esta manera jamás se
llega a ajustar la plantilla de personal, corregirla, rejuvenecerla, o
fortalecerla en un camino de responsabilidad frente al estudiante y al
entorno social, incumpliendo su misión de impulsar un mejor presente,
con miras a un futuro deseado.
Obviamente, el gángster académico no se ve
a sí mismo como el delincuente que es. Piensa que con su Gran Yo basta,
cree que su conocimiento, fuerza, poder o peso es suficiente. No piensa
que ese otro al que sistemáticamente agrede, también puede tener poder.
No imagina que la intervención del otro, podría acabar con sus aviesas
intenciones. Ignora que la vida académica no ocurre de un sólo modo, ni
acontece siempre de la misma manera. Hace a un lado que, o bien
terminará destruyendo a la institución que le dio cobijo, o bien los que
ejercemos una acción contraria, terminaremos abriendo el camino a una
universidad social, plural, innovadora, revitalizada en sus esperanzas y
contribuciones para un futuro mejor, en donde este individuo ya no
tendrá nada que hacer.
Hoy, sin embargo, la universidad todavía
marcha dislocada, sostenida y empujada por la gente formal, excepcional
que habla en voz alta, que hace ruido, que provoca esos ecos que oyen
los de afuera: una universidad que se afirma en si misma de abajo hacia
arriba, insistiendo en encontrar las mejores maneras de hacer las cosas.
En sentido contrario, de arriba hacia abajo, los gángsters académicos,
con su destreza para moverse en la coyuntura, pensando solo en lo
inmediato, ejercen la labor del zorro que va tras la gallina, ubicados
en la impostura, culposos y nerviosos ante el anticipo de su posible
fracaso. Mientras que el académico formal ve al futuro y hace cálculos
estratégicos, sabiendo que cuánto más sistemático será más coherente y
formal, el gángster improvisa en su visión corta, en forma artesanal,
sujeta a los imprevistos, a las sorpresas propias de lo no meditado que a
la postre le servirá de condena.
¡Si lo ves, denúncialo!
¿Qué es lo que ha mantenido hasta hoy en
el poder a estos delincuentes? Hay varios factores que pueden servir de
respuesta a esta crucial pregunta: el peso de las variantes, la falta de
planeación directiva, la falta de proyecto nacional, de guía
estructural, el hecho de seguir en la dinámica de arcos direccionales
cortos, alejados de una visión de largo alcance construida
colectivamente. Pero también la lucha contra la impotencia a la que
fueron condenados tantos profesores y profesoras, comprometidos con la
educación y con sus estudiantes, que alguna vez confluyeron en el diseño
de estrategias superiores, es decir, trabajaron en forma sistemática e
inteligente. Porque es solamente desde la recuperación de la dignidad
perdida, que el Gran Yo del gángster se verá desplazado hasta
encontrarse a merced de los que ignoró, combatió y buscó marginar.
Recordemos que en la academia, la forma de
aniquilar es marginando, excluyendo, no-invitando. De tal manera que el
que no publica, no tiene asesorados, no presenta ponencias, no forma
parte de comisiones, y se ha reducido a cumplir apenas con la docencia
mínima, recibiendo su sueldo, manteniendo su plaza, desde la Siberia
académica a la que lo han confinado, podría y debería transformar esa
celda en un fabuloso espacio de puertas abiertas, desde donde
fortalecerse para regresar y sumarse a los otros desplazados concertando
acciones, y, en su calidad de académico formal, legal, decente,
recuperar el sitio de jerarquía del que lo desplazaron. Una vez retomado
su lugar, y habiendo recuperado su ascendiente sobre los demás actores,
ejercerá con su cálculo estratégico sensible, personal e intuitivo,
propio del yo sano, propio del que escucha y le hace caso a su
inconsciente, la toma de decisiones que fortalezca el proyecto de su
universidad.
Frente al gangsterismo académico, es
requisito urgente retomar el control sobre nuestro proyecto de
universidad renovada, y desde allí sumar fuerzas para recuperar la
capacidad de gobernar el que debe ser nuestro proyecto. Concertar, sumar
fuerzas, comunicarnos, lograr acuerdos, es la base de una planificación
que nos permita recuperar el gobierno de nuestra universidad. La acción
inteligente concertada no debe seguir dejando espacio para los
gángsters.
Al planificar viendo a un futuro
idealizado, decidiremos junto a esos otros, con la calidad de personas
sanas y maduras que se ubican entre el conjunto de actores que influyen y
deciden sobre la universidad. No es posible hacerlo si el ambiente
enrarecido de hoy continúa impidiendo que construyamos un plan conjunto.
El académico revolucionario solo lo llega a ser cuando tiene un
proyecto sólido, meditado, negociado, estratégico. Es el proyecto el que
ayuda a gobernar el proceso que comienza con la recuperación del
espacio académico. Esto nos obliga a tener capacidad de gobierno, que no
se logra manipulando la legislación y creando grupúsculos de poder,
sino cumpliendo con el triángulo de gobierno: proyecto, capacidad
teórica y gobernabilidad. Lo anterior requiere de capital intelectual,
visión, experiencia; capital político, es decir, poder y peso, y por
último, como suma de estas dos, capacidad de proyecto.
Hoy más que nunca es imperativo volver a
escuchar nuestra voz interior, esa voz que resiste al que se asume como
amo y señor. El gángster cambia de rostro, de nombre y de herramientas.
El inconsciente no, pues su esencia es la resistencia, y la búsqueda de
caminos para superar la censura. Frente a la grilla del gángster hay que
anteponer la política del buen académico que busca el mejor camino. “El
inconsciente es la política” (lo tomo de Braunstein citando a Lacan) y
por ello hemos de acudir al inconsciente donde reside nuestra fuerza que
se expresa en nuestra capacidad de recuperar el disfrute, la
satisfacción que nos da retomar los caminos de nuestros ideales. Es
desde el compromiso con nosotros mismos donde espera la creatividad, que
podremos vencer la trampa de las sociedades de control que nos impiden
ser. Es con las capacidades propias del universitario, que lograremos
recuperar nuestra universidad.
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